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Sanar mi sexualidad después de una experiencia de abuso

Pienso en cómo empezar este texto y lo primero que siento es tristeza y mucha rabia, por saber que necesitamos hablar de estos temas porque son el pinche pan de cada día en nuestro país, y millones -literalmente millones- de mujeres nos hemos enfrentado a ello. 

Vivirnos en un cuerpo que experimentó un abuso o cualquier otra forma de violencia sexual, no se simplifica a tener un recuerdo o memoria desagradable. Es algo que se vive y se manifiesta en nuestra piel TODOS los días de alguna manera. 

La primera vez que viví un abuso sexual, tenía 5 años. Muchos años estuvo bloqueado en mi cabeza lo que pasó, era como un recuerdo tan lejano, que incluso dudaba si realmente me había pasado. Luego llegó la adolescencia y se despertaron nuevamente mis inquietudes reprimidas sobre la sexualidad. 

Con chingos de miedos y en un forcejeo constante entre el deseo y la culpa, me recuerdo hasta la universidad ocultando mi cuerpo para no “provocar”, con un miedo a seducir o que me sedujeran, un rechazo por manifestaciones sexuales “muy explícitas”, la desconfianza (y consiguiente distanciamiento) hacia prácticamente todos los hombres en los que reconocía su atracción hacia mí, el miedo al sexo con alguien más y una culpa intermitente por tocarme y disfrutar a solas.

Sanar no es lineal, pero a mí el feminismo me salvó. Leer a mujeres de diferentes contextos, hablando de cómo lo “personal es político” y darme cuenta que lo que yo había vivido no sólo me había pasado a mí, pues había todo un sistema cultural sosteniendo y fomentando esta forma de ver y tratar a las mujeres, fue mi primer respiro.

Necesitaba nombrarlo. Saber que no estaba sola en esto, que no era un bicho raro, ni tampoco una víctima. Pasé de verme a mi misma como la niñita dañada que había pasado una pesadilla espantosa que veía repetidamente en todos lados sin poder hacer nada, a reconocerme como sobreviviente, fuerte y protectora de mi misma, sensible a una REALIDAD que estaba ahí, y me incomodaba, me dolía y me hacía querer alejarme de mi sexualidad para no sufrir.

En este proceso de conciencia y apertura progresiva, me di cuenta de que aunque mis acciones en el pasado habían sido una forma de cuidado y protección hacia mi misma, ahora estaba en otro momento. Me parecía injusto seguir alejándome de mi sexualidad, cuando en realidad, en mis espacios seguros, era algo que verdaderamente disfrutaba. Me encantaba sentir que podía conectar conmigo de esa manera, me gustaba verme al espejo y poder aceptar mi sensualidad. No quería seguirla bloqueando, lo que quería era sentirme de nuevo dueña de mi cuerpo, libre, autónoma y con posibilidad de elegir y disfrutar sin culpa, más allá de mi cuarto. Poder compartirlo también con otras personas.

Mi siguiente paso fue empezar a leer muchísimo sobre sexualidad en libros, blogs y espacios donde no tenían esa visión tradicional del sexo, súper machista, violenta y deshumanizada. Buscaba espacios que tuvieran perspectiva de género, espacios donde me sintiera invitada a explorar y conocer sin sentirme intimidada  ni forzada. Me encantaba leer y escuchar a mujeres disfrutando su sexualidad y haciendo su propia versión de ella. Incluso conocer experiencias que yo considero no me animaría a vivir, me iban ayudando a entender de otra forma el sexo, más allá de todo lo “malo” que yo le había atribuido.

Fui a terapia a conocerme más y a reconciliarme conmigo. Empecé a masturbarme con mucha más conciencia, quitándome cargas de todo tipo (dejar de presionarme por tener un orgasmo y solo disfrutar, ignorar el tiempo que me tomaba, etc). Era más una búsqueda personal, donde estaba convencida de mi capacidad de disfrutar. Disfrutar conmigo: Las caricias, los gemidos, y la progresiva llegada de mis orgasmos, chiquitos y grandes.

Con mi pareja, me sirvió hablarlo. Dejar de creer que tenía que ocultar mi historia para no incomodar. Aunque no era mi obligación decírselo, para mí era importante que él pudiera acompañarme. Compartir mi proceso sin miedo a que me viera como “herida/afectada”. Defender lo que todas deberíamos, el consentimiento, la comunicación y la empatía. La exploración permanente del sexo, dejando de verlo como sinónimo de coito. Empecé a escuchar más mi cuerpo, a tomar iniciativa y hacer las cosas que me generaban placer y me hacían sentir bien, a hacerme dueña de mi cuerpo y mi placer. 

Hoy sigo en este proceso, convencida de que mi experiencia de abuso no me define. Hay días en los que el dolor se hace presente y lloro por eso. Y está bien. Me recuerdo que no fue mi culpa, que (mundo de mierda) pudo haberle pasado a cualquiera. Que no soy débil, que me hago cargo de mi misma. Que soy dueña de mi cuerpo y disfrutar de él me sana. Que no estamos solas, y que juntas somos más fuertes. Que se va a caer. No. Que lo vamos a tumbar.

 

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12 comentarios

Creo que diste en el clavo: defender el consentimiento. Y podría añadir, buscar poner límites y recuperar la voz para poder decir: NO.
#NoEstamosSolas

Mariana

Pasé por lo mismo y defines totalmente lo que siento y sentí. Mucho tiempo no sabía de dónde venía mi resistencia a lo sexual, una vez que identifiqué la raíz del problema, me siento más libre. Gracias por hacerme sentir que definitivamente, no estoy sola!

Samanta

Gracias por el texto. Es algo que definitivamente necesitaba leer para entender que no debo tener miedo a alzar la voz. Ya no.

Graciela

Gracias por escribir. Tuve abuso sexual desde mis seis años hasta los nueve. Y siempre tuve problemas con mi sexualidad porque me encantaba lastimarme. Así que ahora leo mucho y me perdono por cosas que no son mi culpa 💜

Karla

Gracias x compartir,yo viví algo similar y tuve que pasar también x tanto,y a estas alturas sé lo que quiero,estoy dispuesta a disfrutar!

Ross

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