Aunque recuerdo haber tenido clases de “educación sexual” en la secundaria (nos enseñaron a ponerle un condón a un pepino y a sentir terror por las ITS), antes de los 18 años, yo JAMÁS había hablado con NADIE sobre MI SEXUALIDAD y mucho menos de mi placer.
Fue hasta cuando tomé un taller de crecimiento personal, que nos pidieron recuperar la historia de nuestra sexualidad. Al empezar el ejercicio recordé algunos eventos puntuales: curiosidad ante cuerpos desnudos, yo viendo pornografía en “el golden channel”, cambios corporales en la pubertad, ganas de ser deseada, faje adolescente, masturbación, etc. Aunque me acordé de muchas cosas, al momento de compartir con el grupo preferí no decir nada. Una nube negra estaba sobre mí, cargada de vergüenza y culpa.
¿Por qué mi historia estaba tan llena de sexualidad? ¿Por qué sentía deseo y me interesaba el sexo? ¿Habría algo mal en mí?
Me encanta pensar que para muchas de ustedes las cosas quizás fueron un poco distintas, pero en mi caso, haber recibido una educación católica, vigilante y conservadora, y crecer en un contexto social súper machista y de doble moral, tuvo repercusiones en la forma en la que yo entendía la sexualidad.
Había aprendido que el sexo, el placer y la masturbación eran temas de hombres y que nosotras éramos deseadas (sobre todo si teníamos ciertos cuerpos) pero no podíamos sentir deseo. Las compañeras que exploraban o expresaban su sexualidad eran vistas como “zorras”, lo cual les restaba dignidad, mientras a los hombres los dejaba como campeones. Que una mujer viviera abiertamente su sexualidad en mi cabeza era entendido como que lo hacía “para” agradar y satisfacer a otros, y nunca para ella misma. Y como eso no me latía, pues tema bloqueado.
El proceso de quitarme toda esa maraña de la cabeza me tomó mucho tiempo y aunque poco a poco fui abriendo más estos temas con amigas, parejas, etc., disfrutar mi sexualidad y priorizar mi placer es algo que aún me sigue costando trabajo.
¿A qué me refiero con priorizar mi placer?
Para mí, priorizar mi placer es procurar que éste tenga un lugar en mi vida y en mis relaciones; conocer cómo funciona en mi cuerpo (pues en cada persona es distinto), darle su momento, considerarlo parte de mi bienestar y mi salud sexual. Significa explorar lo que me gusta, sola y/o con alguien más y poder disfrutarlo sin sentir vergüenza ni culpa.
Priorizar no significa que mi placer es el más importante o que está por encima del de mi pareja. No significa tampoco que siempre tengo que tener un orgasmo para disfrutar una experiencia o estar “satisfecha”, sino que puedo sentirme con la libertad de buscarlo si tengo ganas y expresarlo: puedo gemir, llorar, reír, o hacer lo que me nazca.
Es poder tener iniciativa para hacer algo “distinto” en mis encuentros, sin pensar que algo está mal en mí. Es poder decir “no” cuando algo no me hace sentir bien; es reconocer que compartirme con otras personas no se trata de transacciones donde “le debo” o “me deben”, sino donde hay ganas de compartir, y el hecho de dar y/o recibir me genera un bienestar. Es dejar de “condicionar” mi placer a tener cierto cuerpo o relación.
Buscar mi placer es no sólo aceptar o reconciliarme con mi ser “sexual”, sino también un compromiso de libertad, autonomía y conexión conmigo. Es regalarme el permiso de disfrutarme, quitándome de encima todo lo que no encaja conmigo para poder expresar de forma auténtica la persona que soy.
Y para ti, ¿qué es priorizar tu placer?